lunes, 23 de julio de 2012

RELATO VII (VI)

Entrada Original, Sábado 16 de Abril del 2012


III

 
Había ido a la fiesta para conseguir mi principal objetivo: poder vengarme de Marta delante de todos sus amigos; fui totalmente engañada por la anfitriona en el pasado y me propuse contar la verdad delante de todos y así poder humillarla; contar nuestro secreto, que de alguna manera era mío. Por supuesto no había sido invitada, aunque luego, en la fiesta me enteré que había dicho que si me había invitado. Una vez más, había engañado a sus amigos, pero yo sé que digo la verdad. No me invitó, pero gracias a Carlos, mi amor del pasado, me enteré que preparaba una gran subasta para ayudar a los niños del Perú, pero por desgracia se tuvo que anular e hizo otra fiesta más particular. O al menos eso fue lo que dijo ella, porque realmente siempre había creído que era una gran excusa para salir en la prensa, en la revista de sociedad, y montó la fiesta, con el pretexto de dar a conocer algo que nunca llegó a realizar.

 
Cuando yo la conocí no era así de egoísta, de egocéntrica, snob, estirada... y aún no sé porque cambio. Marta fue una gran amiga mía, íntima, mi amante. Nadie supo de nuestra aventura, porque ella siempre quiso ocultarlo; la respeté, pero mantener una relación de este tipo, ocultándolo tanto tiempo, no poder mostrar en público, mi amor hacía ella, me hacía estar de mal humor, aunque nunca lo pagué con ella. Aunque siempre sospeché que Pablo, su novio de entonces, que incluso vivieron juntos, sabía algo de lo nuestro. A él le vi un par de veces, pero no había mantenido conversación alguna. Marta me contó que él era bastante despreciable, ruin, banal, escandaloso, celoso, posesivo… pero nunca llegué a entender porque continuaba con aquel hombre si no la hacía feliz; se supone que yo le llenaba la vida, pero nunca me dio una explicación coherente. Tampoco le podía juzgar, pero creía las palabras que ella me decía, la consolaba cuando lloraba, por lo que sufría por él, pero cuando le insinuaba que le dejara, apartaba la mirada y cambiaba de tema. La última vez que le vi fue en aquella fiesta. Me sorprendió bastante verle allí, sentado, como si nunca hubiera ocurrido nada de lo que Marta me había contado, aquellas broncas, aquellas persecuciones… aunque más se tuvo que sorprender cuando nos vio a los dos en la puerta de su gran salón.

 
Yo conocía, en parte, la historia de Pablo y Marta, no sé si algún invitado más, aunque supongo que si, a Carlos, aunque llevábamos tiempo sin vernos personalmente, hablábamos casi a diario. A él le ame con locura, pero me dejo por Sara. En definitiva, más de uno podría saber que Pablo y yo en aquella fiesta no pintábamos nada, y quizás, con ayuda de rumores, sabían que Marta y yo fuimos amantes o novias, como quieran llamarlo, durante bastante tiempo. Pero no podía confirmar nada de esto. Yo solo sé lo que me había dicho Marta. Al principio la creí, pero después de lo que me hizo a mí, dudé de su credibilidad. La verdad, me daba igual. Supongo que a él también le sorprendió verme allí, claro suponiendo que sabía lo nuestro o si se acordaba de nuestros dos o tres encontronazos. Aunque supongo que no sabía nada, quizás había oído rumores. Y si no los había oído estaba yo allí para desvelar la verdad. Para eso fui a la fiesta.

 
A Marta la conocí en pueblecito de Francia, en una pequeña villa; fue una tarde de verano y desde entonces fuimos inseparables. La conocí de una forma bastante peculiar, casi extraña, cual cosa nos hizo confiar en una en la otra, casi desde un principio. Yo había efectuado la salida matutina, el paseo de todas las mañanas, para realizar un poco de ejercicio y respirar aire puro, limpio. Antes de salir me preparé un buen desayuno, con una pequeña cesta de manzanas, recién cogidas del árbol de mi jardín. También una botella de agua fría y el libro que me estaba leyendo. La manta roja estaba sucia y tuve que coger la verde, con unos cuadraditos verdes, muy bonita, con las servilletas a juego. Revisé las ruedas, que estuvieran bien infladas, y me puse rumbo a mi lugar preferido para desconectar del mundo. Allí me sentía libre, fuera de prejuicios y de sentimientos impuros que me hicieron sufrir en el pasado. Me sentía yo misma, la mujer que siempre había soñado ser, con todas las consecuencias que había aceptado con el paso del tiempo, sin tener que mirar cada dos por tres al pasado para rehacer mi futuro. Trabajaba, en una pequeña tienda, de arte y antigüedades, de mi propiedad y el negocio no me iba nada mal. Incluso exponía mis propias obras, ya que no se me daba mal pintar. Siempre había soñado ser reconocida por mis obras, recorrer las mejores ciudades con mi arte, poder exponer en las mejores galerías del mundo, con mis acuarelas, mis pinturas vivas, con los grandes artistas e independientes. Pero solo se quedo en eso, un sueño, que nunca llegue a realizar. La verdad que no me preocupaba, porque al fin y al cabo, pintaba cuando me apetecía y trabajaba en mi propio negocio, y no podía quejarme. Mi trabajo me daba para tener una vida más o menos tranquila; de vez en cuando me daba un capricho, y compraba utensilios que utilizaba para poder realizar mis pequeñas grandes obras. Sinceramente me podría haber permitido una vida mejor, por la influencia de mis padres, que tenían grandes negocios, un gran capital y haber trabajado con ellos, en una de las multinacionales que poseían, pero eso no me interesó nunca, no me llenaba, y me hacía sentir mal conmigo mismo, porque no me iba a sentir libre. Podría haber expuesto a donde hubiera decidido, pero así no quería ser reconocida, sin meritos propios. Mi padre es un hombre importante, y lo sigue siendo, y sus influencias me hubieran ido bien realmente si lo hubiera deseado. Pero ese camino era demasiado fácil para mí. Además, había otro inconveniente, mi relación con él no era buena. Tras terminar mi carrera, en la universidad que él eligió para mí, preferí ganarme la vida por mí misma. Mi madre nunca estuvo de acuerdo conmigo, pero al menos se podía hablar con ella. Realmente con mi padre nunca tuve buena relación, porque siempre quise hacer las cosas por mi misma y eso le dolía; es como si quisiera protegerme en todo momento, pero a golpe de talón y eso nunca lo permití. Quizás, también por mí libertad, que jamás él pudo disfrutar, siempre escondido tras la sombra de mi abuelo. Nunca estuvo de acuerdo con mis decisiones y eso nos llevaba a una gran batalla, que al día de hoy, él se siente ganador de muchas de ellas; me duele hablar así de él, pero es la verdad.

 

 
En la actualidad, estoy pagando las consecuencias de mi relación con Marcos, la relación que mantuve con Marta; por desgracia, todo eso me hizo huir de la libertad que había adquirido, y esas dos personas destrozaron mi vida para reforzar las suyas. Los dos prometieron cosas que no cumplieron, los dos se rieron de mí en cada momento, pero la venganza está servida y la tengo en mi poder.

 
Pero prosigamos como conocía a Marta. Tras recorrer el camino pensando en mis cosas, llegué al estanque de aguas gélidas y cristalinas; el árbol me esperaba como impaciente para poder consolarme con su cobijo; oía casi todas las mañanas, mis lagrimas de dolor, de historias jamás contadas y de lecturas llenas de amor y pasión. Esa mañana estaba más tranquila, y me apetecía relajarme tras unas semanas agotadoras; llena de trabajo, esfuerzo y alguna que otra desesperación por las dos llamadas anónimas que había recibido en el trabajo. No le quise dar importancia, pero las lágrimas aparecieron en las noches, mojando la almohada como antaño… pero mi fuerza de voluntad y las ganas de terminar mi último cuadro, me ayudo a olvidar el incidente. La lectura también era mi gran refugio; devoraba todo tipo de lectura, empapándome de protagonistas que sufrían como yo. Esta última, que estaba leyendo, me había transportado a un mundo lleno de magia, de color, intriga, de grandes y pequeños sentimientos que se vive en una vida cotidiana y a la vez odiosa, dentro de una sociedad que siempre había odiado, llena de prejuicios, de fobias, miedos y realidades que nadie quiere ver; como la vida que llevó mis abuelos, mis padres y que yo renegué para no ser como ellos. Aunque no critico a todo el mundo por igual, pero la gente que había rodeado a mi familia me sacaba de mis casillas, y continúan haciéndolo y lo seguirán haciendo… y yo en ese juego no entro.

 

 
Las horas pasaron rápidamente tras los intensos capítulos leídos. Antes de la tranquila lectura y de llenarme de grandes emociones, había realizado el ritual de todas las mañanas. Había extendido el mantel, colocando dos servilletas, como si esperara a un invitado que nunca llegaba. La bicicleta, repostada en un pequeño árbol, y la cesta al alcance de mis manos. Me sentaba apoyada al gran árbol que cobija siempre mis penas… y aquel día, me parecía maravilloso para pasarla junto a los protagonistas de la novela, que ellos a su vez, se cobijaban en un árbol parecido en donde yo me encontraba, un árbol de cobijos viejos, nuevos, renovados de un futuro que parecía que iba cambiando a mi favor. Y ese gran día, a mi vida le reparaba una sorpresa bastante grata; la visita que siempre había deseado tener. Ella, Marta. Ahora, me arrepiento de haber salido aquella mañana, pero el pasado por desgracia no se puede cambiar y quizás si pudiera no lo hubiera hecho. Tras una intensa lectura, retiré el libro a un lado, junto al cuaderno de dibujos. Me lo había llevado para dibujar el boceto de mi siguiente cuadro, pero no estaba demasiado inspirada. A parte, empezaba a tener algo de hambre. Abrí la cesta con un excesivo cuidado y saque una manzana roja y suculenta que había traído para el almuerzo. Al darle el primer bocado, fijé la vista hacia el camino. A lo lejos, despacio, sin prisas, vi una silueta de una mujer. Iba algo despistada e interesada en el paisaje. A mi altura, me miro fijamente y eso le hizo frenar en seco. Era cosa del destino o de la casualidad. La vi tropezar graciosamente al bajar de la bicicleta. Se sonrojó, acercándose lentamente… fue hermoso, bello, nuestro primer encuentro. La invité a sentarse a mi lado, a que probara mis ricas manzanas, pensando en poder acariciar aquella delicada piel, poder besarla; un desenfreno que ardía dentro de mi… y así ocurrió, todo tan deprisa, pero a la vez tan poderoso, que el amor se apoderó de nosotras dos aquel mismo día. Y sin darnos cuenta no estábamos contando nuestras vidas, mientras nos acariciamos, como si fuéramos viejas amantes.

 
Me oía con atención, desesperada para que yo acabara, para poder comenzar y contar lo que le atormentaba. De vez en cuando, nos mirábamos con intensidad, con hermosura, con exceso y ciertamente ella se ruborizaba; aunque no podía dejar de acariciar mis manos, y de darnos besos tiernos. Es cierto que a veces, se la notaba algo nerviosa, pero la intentaba tranquilizar con mis gestos; su piel, me producía un escalofrío extraño, raro, pero me gustaba sentirme así con ella. Es como si estuviera naciendo el amor allí mismo, algo raro, que no sé bien como descifrar, pero hoy, por su traición supe lo que significo aquello. Y todo lo que sentí, se esfumó, y lo único que puedo sentir en estos momentos es odio y asco; nunca había odiado a nadie, nunca había sentido rencor, pero todo lo sentí por haber destrozado mi vida.

 
Tras contar que había huido hacia la recuperación de mí libertad, y por el amor de un hombre, un viejo profesor de arte, que me cautivo por la forma de vivir la vida, pero que luego me di cuenta que cuando bebía, no valía la pena estar a su lado, y de hablarle de mi amor de aquel entonces, Marcos, un hombre atento, amable y sincero, que nos estábamos dando un tiempo y a ella no le pareció importar mucho esa situación, ni a mí, por los besos largos que nos dábamos, las caricias que nos hacía sentir vivas; esa manera tan graciosa de ruborizarse, o los momentos que la miraba con admiración a la mujer desconocida que tenía ante mí. Fue estupendo compartir mis sentimientos con ella. Al no conocerla, fue lo que me hizo expresarme con naturalidad, mis ideas, mis miedos… y ella llegó a comprenderme del todo, porque su vida también había tenido altibajos. Me explicó, con lentitud y algo más nerviosa que yo, que había realizado aquel viaje, para huír un poco de su rutina y así olvidar por un tiempo, aclarar sus ideas, si siente lo mismo o no por Pablo y así poder encontrarse con ella misma. Pablo había sido un hombre importante en su vida. Le conoció en Praga, en un hotel de su propiedad, una tarde de primavera, de una forma pasional y extraña, como nuestro encuentro. Al principio la relación era estupenda, perfecta y sus amigos decían que era el tipo de paeja ideal, incluso que llegaron a tener envidias hacía ellos, ya que formaban una de las parejas más estables dentro de la sociedad que ellos vivían. Pero él cambio progresivamente volviéndose agresivo por motivos qu enunca pudo averiguar. Su amor iba apagándose a medida que él iba cambiando hasta el punto que se refugio en los brazos de otros hombre, que antes que él ya fue su amante. Él, casado, sin hijos, se veían escondidas en una de las habitaciones de la gran mansión, que más tarde me llevaría a mí, a esa misma habitación. Que siempre la mantuvo cerrada, porque los recuerdos la llevaban a la locura, a la amargura, hasta el punto que estuvo punto del suicidio; también porque allí murió su madre. Macabro, pensaba yo, pero con un punto romantico con un toque de locura. No quise insistir sobre el tema, ya que derramó lágrimas de dolor y autentico sufrimiento. Le acaricié el cabello, largo, suave, perfumado, para tranquilizarla. Hicimos una pausa que se alargó unos cuantos minutos, lo que duró aquel apacible cigarro. después algo más serena, continuó explicando que aquello le ocasionó grandes problemas. Dejó de hacer fiestas en la gran mansión; me impacto la primera vez que vi su gran casa. Dejó de relacionarse con amistades, familiares y llegó a ir a dos psicólogos a la vez para intentar solucionar sus problemas. Pablo no le ayudó demasiado, ya que insistía en perguntarla, en volver con ella, e intentarlo de nuevo. La llamaba todos los días a la misma hora, dejándole largos mensajes en el contestador. La enviaba regalos caros, lujosos, para comprar su amor, que ella estaba olvidando. La seguía a todas partes, intentando hablar con ella en todos los momentos, incluso intentó comprar uno de los psicólogos para poder mirar en sus archivos... hasta que un día, sin saber porque, no insistió más y desapareció por completo de su vida, hasta el día de la fiesta. Nunca entendí porque le invitó y que motivos tuvo para ir a la fiesta. Mi motivo era claro, joderla como ella me hizo a mí e intentar saber porque Marcos, mi novio, acabo con ella en aquella maldita habitación, y pavoneandose de su relación como si yo fuera una idiota.

 

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