martes, 7 de agosto de 2012

RELATO VII (XII)

Entrada Original, Jueves 19 de Mayo del 2011


IX


He oído el mensaje dos o tres veces más para asegurarme que es verdad. No me lo acabo de creer del todo, pues no entiendo porque María quiere quedar conmigo. No la conozco, tan solo la he visto en la maldita cena y creo recordar que en alguna otra ocasión, pero no estoy seguro de eso. Si que voy a ir a la cita, pues me intriga porque me ha llamado; además, puedo hacer grandes averiguaciones a través de ella, sobre Marta, porque se fue llorando de la gran sala y como que pudo pasar aquella puerta; no sé lo que habrá detrás, que secretos guardan sus paredes, que silencios, cuantos temores, que miedos esconde Marta, porque la cerraba cuando vivía con ella, y sobre todo porque nunca quiso hablar del tema. Y porque María, desconocida para mí, pudo entrar con seguridad, como si hubiera estado más de una vez en la gran mansión, y supiera que se esconde allí. A parte de todo esto, también me intriga bastante porque ha esperado a que me fuera de casa y no lo ha hablado durante la cena. Si fue capaz de romper un silencio cortante, afilados como cuchillos, esperando a su próxima víctima, porque no dijo nada delante de los demás y desenmascaraba de una vez a Marta. Bueno, yo tampoco fui capaz. Quizás ella no tiene nada en contra de ella, aunque me extraña. Desconozco de que conoce a Marta, que hacía allí con nosotros, ya que no la vi relacionarse con nadie. Excepto con Carlos. Cuando entre al gran salón, ella estaba solitaria, ausente, y no la vi hablar a penas con nadie. Solo palabras sueltas, quizás por amabilidad, un saludo, un gesto y si cuchicheo con entusiasmo con Carlos. Fue capaz de hablar con esa seguridad, pero no la vi habladora. No sé, como la cena fue tan extraña, quizás le esté dando demasiado vueltas.

Creo que el resto de la noche no voy a dormir bien, pensando en mañana, en la cita, en averiguar todo. Tengo el poder en mis manos, que por otra parte, me quema, porque puede no salir bien. Pero si resulta tal como debería, podré ir a su casa y decirla todo, sabiendo que tengo ese as guardado. Pienso decirle todo. No me callaré nada, le dejaré en ridículo y limpiare mi imagen, recuperando mis amigos, a los verdaderos. Demostraré que ella es la mala y que yo fui una víctima más de su poder, de sus grandes influencias. Y por fin podré descansar.

Subo, con gran cansancio, las escaleras para ir a mi habitación. No me he llegado a terminar la última copa. Me pesa el cuerpo y casi no puedo caminar. He fumado demasiado. No tengo ganas de lavarme los dientes; me sentaría bien una ducha, pero no tengo ganas. Me contradigo con mis ideas. Pondré la radio un rato, para oír mi programa favorito, a ver si así me relajo y mañana voy lo más fresco posible a la cita con María. Tengo en mis pensamientos, grandes preguntas; necesito averiguar todo y atar bien los cabos. Me vienen imágenes de la fiesta y recuerdos del pasado. Grandes recuerdos, algunos bastantes buenos. Aquellas fiestas maravillosas que los dos organizábamos, pasándolo en grande. Subastas para los nuevos ricos, cosa que siempre me opuse; la gran orquesta, del norte, venían a tocar sus grandes éxitos; amenizaba la velada y los invitados disfrutaban realmente, hablando, bailando, riendo. También hacíamos grandes tertulias, sin dejar ningún tema en el tintero. Ningún problema, hasta que estallo la guerra en casa. Las fiestas, se convirtieron en infiernos para mí. Eran los nuevos amigos de Marta que invadían con hipocresía la mansión, hablando solo de dinero, negocios, cuadros, petróleo… dinero y más dinero. Asistí a bien pocas, pero solo para contentarla e intentar salvar nuestra relación. No sirvió de nada.

Me desnudo delante del espejo. Creo que he engordado durante estos últimos años. Me veo viejo, con canas instaladas en mi cabello, y arrugas en mi cara. No me importa envejecer, pero me hubiera gustado hacerlo al lado de la persona que ame. Me asusta la soledad, me da miedo pasar el resto de mis días hablando conmigo mismo y no poder sentir el cariño y el calor de una mujer. No creo que vaya a tener hijos a estas alturas. Ahora, recuerdo a Esmeralda, aquella relación sí que hubiera funcionado. No debí de ir a Praga. Ir aquello tampoco me sirvió para mucho, porque no se llegó a ningún acuerdo. La novela, mi gran novela, no se público y eso me jodio bastante. Las ventas de libros había bajado bastante, esa fue la excusa; me dieron falsas esperanzas durante un tiempo, pero no se llegó a publicar. Ni tan siquiera me dijeron el porqué. Dejé de escribir, no por esto, aunque si fue un golpe duro, sino más bien por el amor que sentía hacia Marta; ella me absorbía todo mi tiempo. No sé porque recuerdo a Esmeralda, una mujer tan bella, maravillosa, que por mí culpa se acabo la relación. Eso sí que lo reconozco. Y ahora, estoy solo en este gran apartamento, lleno de lujos, rodeado de regalos de Marta, regalos innecesarios, sintiéndome muerto por dentro, en mi gran soledad, en un vacio que me llena el alma… paradoja de la vida. No sé porque, pero pienso que seguiré así por mucho tiempo. La esperanza, supongo que la dejé en la gran mansión, cuando vi a Marta por última vez. Pero idiota de mí, pensé que podía recuperar el destello, cuando recibí la invitación. Me dejo helado leer aquellas frases, tan cortas, tan cursis, al estilo que ella solía escribir para todas las fiestas, para aquellos fracasados de los nuevos ricos. Sí, me sorprendió ver que estaba invitado, viendo el final del camino de mi amargura, de vengarme y de poder recuperar mi vida de una vez por todas. Pero tampoco ha servido de nada. Por eso, mañana no puedo perder el tiempo con tonterías e iré al grano cuando vea a María. Diré lo que pienso, lo que siento, sacaré la verdad, nada más que deseo eso, para hundirla. No debería de pensar así, pero no tengo más remedio. Así, recuperaré mi vida. Mi verdadera vida.

Dejo la ropa, ordenada, encima de una cómoda. La llevaría al cesto, pero lo veo demasiado lejos. Me enciendo un último cigarro, mientras busco mi emisora preferida. No sé porque se ha desintonizado; esta algo viejo, mira, algo viejo en mi lujoso apartamento. Un regalo de mi abuelo que jamás me iba a desprender de él. Marta estuvo a punto de tirármelo en una de nuestras peleas. Localizo la emisora, por fin estoy tumbado. Estoy cansado, demasiado; cierro los ojos e intento relajarme. Cinco minutos después, cuando me sentía algo más relajado, suena de nuevo el teléfono. Inquieto, me levanto de la cama sobresaltado. Esta vez sí que llego a tiempo, antes de que suene el contestador. Quizás es María, que se arrepiente de la cita o quizás se haya ido de la fiesta, supongo que tiene que haber acabado ya. Pero no, estoy equivocado. Al descolgar, oigo la voz amenazante, veo que no ha cambiado nada, de Marta. Me indica que no vaya a la cita de mañana; me pregunto cómo se habrá enterado. Parece que suplica, pero eso es imposible. Al no responder, pega un fuerte grito y vuelve amenazar acaloradamente, que si acepto la invitación, lo voy a pagar caro. No digo nada. Suspiro profundamente, lamentado el estado de ella, y mi cobardía al no responder. Descuelgo sin más y regreso a la vacía cama. Vuelvo a cerrar los ojos y una sonrisa estúpida dibuja mi cara. Mañana, pienso con cierta inquietud, ganaré la guerra.

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