viernes, 3 de agosto de 2012

RELATO VII (XI)

Entrada Original, Sábado 14 de Mayo del 2011


VIII

Estábamos algo cansadas y con la boca algo seca de tanto hablar. Nos habíamos bebido toda el agua y quedaba una única manzana; parecía la del pecado, ya que ninguna de las dos nos atrevimos a cogerle y darle el primer mordisco. Quedaban tres cigarros, entre las dos nos habíamos fumado casi un paquete entero. Ella fumaba más que yo. Nunca imaginé hablar tanto tiempo con una persona desconocida y menos de temas tan importantes de mi vida. La complicidad era palpable, por parte de las dos; su confianza me alegraba el alma. Las caricias habían cesado a medida que pasaba el tiempo, pero era como si sus manos no hubieran cesado de acariciar mi cuerpo, porque los nervios no pararon en todo el encuentro. Era como si me conociera de toda la vida; ella también tenía esa sensación, ya que se notaba que la complicidad era mutua, y su sonrisa dibujada en su rostro, delataba, que a pesar de contarme temas bastantes peliagudos, estaba relajada, y encantada de habernos cruzado; me mostraba su dentadura blanca, entre unos labios finos, con poco maquillaje, y de una hermosura que me cautivó desde el principio. Sentir su primer beso en mis labios, fue algo extraordinario y extraño a la vez. Nunca había besado a una mujer.

Nos habíamos levantado para poder estirar un rato las piernas; decidimos acercarnos al estanque. Mientras nos dirigíamos allí, con pasos cortos, pausados, continuó contándome la historia sobre el primer contacto con Miguel. Él solo le ofrecía una bonita amistad, pero ella quería conseguir algo más que eso. Estaba totalmente obsesionada con él. Los estudios, ya abandonados, las broncas familiares, la dejadez, le hizo ocurrir a las pastillas, que combinado con alcohol, le hizo estallar al borde de la locura. Incluso, intentó en dos ocasiones suicidarse; bueno eso hizo creer a la gente para llamar la atención. A todo el mundo se lo hizo saber llegando a oídos de Miguel, que una vez más le demostró su verdadera amistad. Quedó con ella en los billares; ella llevaba dos copas de más. En el bolso, escondidas, un par de pastillas de éxtasis, que esa noche no pensaba tomar, aunque las llevaba preparadas para lo que pudiera ocurrir. Con paciencia, Miguel le trató de quitar la copa que llevaba en la mano; le gustaba, pero no quería implicarse por todos los rumores que corrían sobre él. No le importaba, pero quería evitar el tema para callarlos de una vez; podría arruinar su gran carrera, por eso, y por él mismo, quería ser prudente. Pero esa noche, junto al billar, viéndola en el estado que se encontraba, la abrazó con fuerzas, quitándole el vaso, que cayó al suelo, por suerte era de plástico, y le beso en las mejillas. De los ojos de María estallaron lágrimas, que recorrieron amargamente su cara; se apoyó en sus hombros y le beso. No se apartó para no herirla y en parte, porque dentro de su corazón, estaba naciendo sentimientos hacía ella. Se besaron durante minutos, que para María fueron segundos, y quizás para Miguel fueron horas.

Minutos más tarde, algo más calmada, incluso algo serena, hablaron de los ratos amargos que pasaba María, de las peleas con sus amigos, familia, de los estudios. Estaba en el último curso y no podía desaprovechar las buenas notas, incluso trabajos en la galería, conseguido con grandes esfuerzos. Tras aquella noche María volvió a ser la mujer de antes, gracias a la relación que mantuvo con Miguel; en poco tiempo, volvió a maquillarse, recuperó las notas, realizó los trabajos pendientes, volvió hablar con sus amigos. Le gente la empezó a ver con ojos diferentes, tanto a ella, como a él, y eso cambió toda la situación. Los rumores, poco a poco iban cesando y la relación fue estable, bonita mientras duró. Aunque todo el mundo sabía que la relación había empezado por la obsesión de María hacia Miguel, las locuras cometidas, le dieron una oportunidad. Aunque esa situación duró hasta febrero, dos semanas antes de los exámenes. Estaban a punto de comenzar la semana difícil para los estudiantes y profesores. Fue dura, ya que los trabajos se amontonaban en las aulas; para unos corregirlos, preparar todo, para otros dedicar horas y horas a estudiar en la biblioteca de la universidad o de alrededores. Se pasaban horas sin dormir, sin descansar para poder llegar a entregar todos los trabajos, tener las lecciones aprendidas. María trabajó duramente para poder recuperar todo el tiempo perdido por sus excesos; por fortuna lo hizo excelentemente. Se preparó los exámenes a conciencia, dedicándole horas y horas al estudio. Los trabajos los preparó a conciencia y pidió ayuda a los profesores para hacer repaso. Se dio cuenta que había perdido el tiempo. La relación con Miguel iba bien, pero tuvieron que dejar de verse para poder hacer todo. Los dos tenían demasiado trabajo. A dudas pena se veían y el poco rato que estaban juntos discutían por el estrés. Al principio no le dieron importancia, pero poco a poco, algo cambio en la forma de ser de Miguel, que ella percibía a diario. Demasiados cambios en poco tiempo. Una montaña rusa parecía su vida, estaba bien, como al día siguiente estaba realmente mal. Él se volvió demasiado brusco, violento, de forma repentina cambiaba de humor, incluso en las clases. Se opuso rotundamente hacer cambios en fechas de entregas de los trabajos, incluso a los alumnos que enfermaron, cuando antes no tenía ningún tipo de problema en ayudar y facilitar las tareas. Los rumores volvieron a correr, a dispararse, corriendo como la pólvora de boca en boca y eso asustó a María. Pero como no quería volver a caer, ni estar sola, ella volvió hacer caso omiso a los rumores y lucho por mantener la relación. Los amigos le volvieron advertir del tema, esa relación nunca funcionó, y ambos lo sabían.

Hicimos una pausa. No podía entender como María había llegado a ese extremo de enamorarse y arrastrarse de tal manera, pero por otra parte podía entender que el amor es así de loco. Estábamos cerca del estanque, y allí mismo me beso de nuevo. No había derramado ni una sola lagrima y eso me hizo pensar que era muy fuerte o que había superado todo tan rápido. Tampoco quería juzgarla. Nos sentemos en la orilla del viejo embarcadero, mojándonos los pies. Nos miremos embobadas, nos dimos otro beso, sintiendo sus manos en mi pecho. Me sentía rara, extraña, pero a la vez maravillada. Al separarnos, sonreímos como dos colegialas; me acaricio el brazo, bajo hasta la mano y así prosiguió contando lo sucedido.

Tras las últimas peleas estúpidas, y de estar estudiando bastante para los exámenes, decidió tomarse un respiro. Llamó primero por teléfono a Miguel; este contestó malhumorado, pero al final accedió para poder hablar del tema, que había estado evitando durante días. Él estaba dispuesto a rectificar, aunque no reconoció el error, al igual que hizo ella. Quedaron a las seis de la tarde. Llegó puntual a la cita, no quería ponerle nervioso, ni que se inquietara por nada. Tenía que empezar con buen pie. El pequeño piso alquilado, estaba completamente desordenado. Él le abrió la puerta con mal aspecto. Olía a sudor y mezclado con el fuerte olor del ambientador, apestaba el pequeño piso. No le dijo nada para que no se inquietase y le empezara a gritar, había ido a solucionar las cosas. No se había afeitado durante semanas y no se asomaba por la ducha durante días. Le dio un beso con asco, pero bastante eficaz para no levantar sospecha. Se le quito las ganas de hablar con él, pero tenía que hacerlo para solucionar sus problemas lo más antes posible. Volvía a tener miedo y no quería volver a caer en la tentación de ser irresponsable. Reconoció su culpa la primera vez, pero en esta ocasión no.

Se miraron fijamente sin saber que decir, como empezar. Él se sentó en el sofá, roto por quemaduras; había ropa sucia encima del sofá, pero Miguel ni se inmutó. Ella apartó unos papeles de una silla vieja, rota e inició la conversación. Le parecía increíble el cambio que había dado. En clase, vestido siempre elegantemente, perfumado, bien afeitado y ahora, hecho un asco. Había terminado de corregir unos trabajos y a las clases ya casi no asistía, preparando los últimos exámenes. Esto último estaba a la orden de todos los profesores. Por la expresión de su cara hacía rato que se había levantado. Me ofreció, en voz baja, si quería tomar algo. Por la suciedad de la casa le dije que no. Él, despacio, se levantó dirigiéndose a ella, que asustándose por la expresión de su rostro y sus ojos, se echó para atrás. Le agarro fuertemente, sin venir a cuento, le besó bruscamente y le propinó una buena bofetada. Ella gimió de dolor. Le sangraba la comisura de los labios. Le volvió a besar con fuerza, agarrándola fuertemente los brazos. Quiso gritar, pero la voz no le salió. La arrastró hasta la puerta de la habitación. Forcejeó, agarrándose fuertemente en el marco, arrancándose dos uñas de cuajo. La arrastró hasta la cama sucia, desecha desde días, con las sabanas sucias. La tumbó con violencia, le ató las manos, incluso los pies. Con lágrimas en los ojos, me confesó que aquello le excitó, pero que a la vez deseo con todas sus fuerzas que la dejara marchar. Le suplicó, diciéndole que no le diría nada a nadie, que la dejara ir. Lloraba, forcejeaba con las cuerdas. Miguel fuera de sí, la golpeó fuertemente en la cara, dejándola sin conocimiento.

Sin saber ni como, ni cuánto tiempo, María se despertó en la cama de la residencia. Él estaba sentado al lado suyo. Tenía los ojos rojos de tanto llorar, y le temblaban las manos. Tenía los nudillos enrojecidos. María sentía un dolor fuerte en su rostro y en la vagina. Quiso incorporarse pero no pudo. No recordaba bien lo que había ocurrido exactamente; tenía frio, tenía miedo. No se atrevió abrir la boca. Mientras tanto Miguel, le volvió a pedir que olvidara lo ocurrido, que le perdonara, que la amaba con locura. Se puso a llorar como un niño pequeño, y le miró con ternura. Ella le creyó. Pensó en darle una oportunidad, tal como hizo él con ella. Aunque temerosa, temblando, le acarició la cara. La verdad que tenía miedo a dejarle porque creía que se iba a quedar sola, y que el comportamiento de Miguel podía cambiar. Las dudas le invadían la mente, pero creía no tener otra opción.

Me quedé helada al oír las duras palabras de María, y no supe reaccionar. Le pasé el brazo por encima del hombro para intentar calmarla. Había empezado a temblar, recordando el dolor. Yo pensé que al principio la culpa había sido suya, por haberse obsesionado con él, y también por haberse dejado atar en la cama, en las primeras relaciones sexuales; le gustaba, pero aquello era demasiado fuerte para mis oídos. Paralizada por su miedo, por su reacción, no pude comprender porque le dio una segunda oportunidad. Si, él se la había dado, pero no era cuestión de perdonar una cosa así, demasiado para una chica tan dulce y amable como ella. Podría haber perdido la carrera por aquel hombre. Y él, tan cobarde, pegándola, queriendo demostrar que era suya y de nadie más, y que la tenía en sus manos. Tuve que encender otro cigarro para calmar mis nervios. Su dolor, en ese instante, lo hizo mío.

Continuó contándome que los demás compañeros le preguntaron por los golpes marcados en su rostro. Puso la típica excusa, que se había resbalado en la ducha. Podría haber dicho que se había caído por las escaleras, le hubiera servido igual. No supo bien si se lo creyeron o no, pero la cuestión era es que nadie indagó en si aquello era cierto o no, nadie le iba ayudar, aunque no tenían porque, si ella contaba que sus moratones era por caídas. Ningún compañero se atrevió a preguntarla la verdadera razón de sus cardenales. Él único que puso verdadero interés fue Marcos.

El mes de febrero ya estaba encima y los exámenes habían comenzado. Las notas de los trabajos las iban poniendo en los paneles. A ella le habían ido bien. Algunos controles fueron duros, pero los superó sin ningún tipo de problemas. Los esfuerzos habían valido la pena. El cuadro lo había terminado a tiempo y a Marcos le había gustado mucho. Le propuso hacer una pequeña exposición en una de las salas de Salamanca. Fue el principio de la relación y de hablar con él algo más en serio. Cuando tuvo la oportunidad de quedarse a solas con ella, le preguntó por los moratones, pero ella no contesto. Los ojos entristecidos, llenos de lágrimas amargas, le dio la respuesta adecuada, aunque ella no hubiera contestado. María se marcho, sin contestar respeto a la exposición y se fue a refugiar a los brazos de su novio, como si fueran un buen refugio. La relación con él había cambiado algo, pero ella sentía miedo cada vez que estaba a su lado, pero se contradecía cada dos por tres. A veces pensaba en dejarle y otras continuaba felizmente con él. Era contradicciones que nadie entendía. El interés que mostró Marcos por ella, le abrió el camino para darse cuenta que tenía que dejarle y volver a empezar lejos de allí. Su carrera estaba a punto de terminar y no podía perder el tiempo con aquella persona que tanto daño le hacía. Pero no se atrevía a decirle nada; se sentía amenazada, y dejarle podía costarle la vida. Las relaciones sexuales con él eran escasas y eso le ponía furioso a un Miguel tan distinto a la persona dulce que fue en su momento. Pensó en todos los rumores que se habían dicho. La gota de la paciencia se estaba acabando y una noche, en la misma habitación, pero esta vez limpia, ordenada y bien ambientada, después de una cena intima, tuvo la oportunidad de hablar con él y dejar las cosas claras. Habían cenado algo ligero y habían bebido algo de vino. Él más que ella. Quería estar ebria para hablar con él con claridad, y así, poder marcharse por su propio pie si se ponían las cosas feas. No era cuestión de estar borracha y no poder escabullirse. Mientras cenaron no hablaron de nada en concreto y fue bien aburrido. Trato de sacar el tema, pero el miedo le invadía y tampoco tuvo oportunidad. Él solo hablaba de tonterías y casi no la dejaba hablar. Después se sentaron en el sofá. La cogió de la mano. Temblaba de miedo pero seguía sin atreverse a decir nada. Todo lo que había pensado no le salía en palabras. Se arrepintió de haber aceptado la invitación. Él se acercó a sus labios y le beso apasionadamente, con fuerza. Se dejo llevar por un instante, pero sus manos sudaban por el miedo. Las de él, apretaban sus brazos con una fuerza brutal. La hacía daño; quiso chillar, pero se paralizó por el terror que recorría sus venas. Sus besos pasaron a ser mordiscos, y sus manos abarcaban su cuerpo, con fuerza, sin dejarla a penas mover. La lengua recorrió su cuerpo. La llevo a la cama. No se detuvo antes los sollozos de ella. Le suplicó, pero hizo caso omiso. Le volvió a golpear para que se callara; salvajemente le propinó puñetazos; le tapo la boca. Él se excitaba cada vez más, al verla llorar, al verla sufrir. La pegó de nuevo, y la violó sin ningún tipo de compasión. Después, como si no hubiera pasado nada, la limpio la sangre en la bañera. La lleno de agua caliente, y la enjabonó con extrema suavidad, como si se tratara de otra persona, como si ella le hubiera pedido ayuda a él.

Después la seco con mucho cuidado, la llevo a la cama y allí la abrazó. Ella no dijo nada, se dejo hacer. Se quedó callada sin saber qué hacer en ese momento. Se sintió sucia por dentro, vacía, extremadamente estúpida por no haber reaccionado. Pensaba en que si hablaba Miguel era capaz de matarla. Pero tenía que hablar con alguien. Tenía que huir de su lado, pensar en el mañana, en su futuro.

Al día siguiente volvió a mentir a sus compañeros. Las preguntas fueron directas y concretas. La gente ya imaginaba que era Miguel quien le golpeaba. Algunos comentaron que ella se lo había buscado, al principio sí, pensé yo, no lo niego, pero después la violencia fue por parte de él, tan solo de él. Los rumores eran ciertos. Ella esquivo las preguntas como pudo, pero Marcos no se lo permitió. María aquella tarde, salió escopeteada de la clase de Marcos, antes de que Miguel la pasara a buscar. Marcos sabía el por qué y tenía que pararle los pies, y a ella ayudarla en todo lo que pudiera. No podía permitir que esa mujer destrozara su vida por un hijo de puta así. Era cuestión de tiempo que hiciera algo más. Por eso, salió tras ella y en uno de los pasillos se puso delante de ella para que no pudiera huir y esquivar sus preguntas. Fue directo al grano, sin ningún tipo de pudor. Ella lo negó al principio pero sus lágrimas la delataron. No aguanto más, el dolor, el sufrimiento que Miguel le estaba causando. Y decidió hablar con él. Se fueron por la puerta de emergencia para que la gente, compañeros, no va vieran salir de esa manera. La llevo a su casa, y allí hablaron con tranquilidad. No entendí bien porque María no decidió denunciar a un hombre tan deplorable. No lo entendí, pero ella tampoco pudo darme una explicación lógica. Respeté su decisión, pero para nada la compartía.

Lo difícil para ella fueron las semanas siguientes. Miguel se opuso rotundamente a la ruptura. Le pidió perdón con ramos de flores, llamadas continuas, incluso se puso de rodilla… pero María ya no aceptaba su perdón, ni los regalos. Marcos le ayudó a superar sus miedos y se enamoraron. A los cuatro meses de todo aquello se fueron a vivir juntos. Pero ella, aunque le amaba con locura, y así era, necesitaba olvidar todo el asunto y desaparecer una temporada. Tenía que encontrarse a sí misma y recuperar el tiempo perdido, trabajar en los cuadros olvidados… por eso decidió ir a París durante un tiempo para desconectar del todo y de todos.

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