miércoles, 4 de julio de 2012

RELATO VII (I)

Entrada Original, Jueves, 10 de Marzo del 2011

Estamos sentados alrededor de la mesa. Nos miramos sin decirnos nada, con miedo a pronunciar una palabra que nos pueda herir. La hipocresía reinaba durante toda la velada, pero ahora el silencio manda. Nos miramos unos a otros; a veces sonreímos falsamente, o al intentar decir algo, nos callamos de repente, por miedo a equivocarnos. María, con su pelo ondulado, la mirada fija en las llamas de la chimenea, es la primera que rompe el silencio, con una naturalidad que sorprende a Marta, la anfitriona, que con envidia ha estado criticando duramente al resto de los amigos que no han podido asistir; mejor dicho, que han mentido para escabullirse de una fiesta, que sabían de sobras que iba a ser aburrida, larga y eterna, como aquella noche de invierno.


Al principio, no dijo nada en concreto, pero a medida que iba avanzando sus palabras, la íbamos escuchando con una verdadera atención, que nos sorprendía a todos. A mí, más que a nadie. La mire fijamente a los ojos, sorprendiéndome con un rubor exagerado, mientras ella se acariciaba los rizos que le iban cayendo sobre su intensa mirada. Los ojos azulados, lanzaban brillos, que agitaba mi corazón. Marta, por debajo de la mesa, con una rabia intensa, me propinó una patada que me hizo morder los labios. No sé porque lo hizo. Seguramente, por los celos que la corroen porque todos prestábamos atención aquella mujer. Y quizás por mi mirada apasionada.


Yo, ni nadie, podíamos entender porque habíamos aceptado la invitación de Marta, pero ahora no podíamos escabullirnos. María continuaba hablando, de forma pausada, con dulzura, y su voz era música para nuestros oídos. Nunca me había fijado en ella de aquella manera; no es que lo esté haciendo ahora, simplemente estoy admirando a una mujer que ha sido capaz de romper el silencio; un silencio atroz, que se había instalado en la gran sala, como un huésped más. Ella había conseguido romper el silencio, cuyas palabras, por la forma de pronunciarlas, a Marta la estaba dejando sorda. Su mirada, lo decía todo. Se moría de celos, envidia. Intentaba disimularlo, pero su indiferencia hacía nosotros era notable. Cogía los cubiertos de una manera exagerada, bebía vino en una copa diferente a las nuestras, de cristal fino, pero la envidia era más poderosa que ella.


De repente, el teléfono sonó de forma estrepitosa, que rompió la sonrisa frágil de María y sin saber porque, agacho la cabeza como si le avergonzara haber hablado durante minutos, que para mí, fueron segundos y creo que para el resto de invitados también. Sonrío de nuevo, pero no dijo nada. La anfitriona, se levantó con una elegancia exagerada, nos miro con una sonrisa estúpida, pidiendo disculpas y mirando intensamente a María. Ella se sonrojó de nuevo, y como si un desafío tratara, no le apartó la mirada; pero al final, agacho la cabeza hacía el plato de los postres; Marta se sentía ganadora. Pudo llamar a uno de sus múltiples criados, pero prefirió sentarse en el sillón y descolgar ella misma.


Yo cada vez entendía menos que hacía allí sentado, con una corbata que jamás había salido del armario y que creí conveniente llevarla para esta ocasión; realmente lo hice por Marta, que con un beso no dado, me comentó que la encantaba. Sabía que era mentira, pero quede satisfecho cuando los demás alargaron su exageración. Se desesperó al ver que sonreía con más fuerza, pero con su orgullo casi nadie podía ganar, y con un gesto con la mano, nos ordenó pasar al gran salón.


Llevaba demasiado tiempo hablando por teléfono; yo de vez en cuando, observaba a María, que no paraba de tocarse los rizos y de vez en cuando jugaba con la servilleta. Parecía que nadie se atreviera hablar, mientras la anfitriona, siempre de forma exagerada, brillante, según ella, hablaba por teléfono, que por un momento creí imaginaria. Sonreía al auricular como si viera a la persona con quien estaba hablando, mientras nos miraba con reojo con una sonrisa estúpida. Se acariciaba el pelo, que esa noche se había peinado con esmero; se soplaba las uñas como si se las hubiera pintado minutos atrás, y volvía a sonreír falsamente sin llevar una conversación concreta. Colgó el auricular y con un gesto molesto, critico ferozmente al interlocutor, haciéndose la interesante. No dijo con quien había hablado, aunque creo que a nadie, le interesaba saber con quién había mantenido esa conversación tan estúpida. Volvió a sentarse de forma exagerada, y con gesto incomodo tocó la campanilla dorada que siempre tenía a su lado. La criada más fiel entró a toda prisa por la puerta, y sin decirla nada, entendió lo que quería la señora. Retiro los platos con ayuda de tres criados más. Mientras el silencio volvió a instalarse a la mesa. Algunos de los invitados encendieron unos puros que había regalado la anfitriona nada más entrar en la sala; otros, sin saber que decir, ni que hacer, nos mirábamos cómplices de un silencio que se hacía insufrible, que asfixiaba cada minuto que pasaba. Deseé con todas mis fuerzas que María volviera hablar, que me mirara con sus ojos azulados, intensamente, que aceleraba mi corazón y hacía a la vez ruborizarme, desviando la mirada hacia Sonia, que delante de mí, descaradamente miraba con recelos a Carlos, su amante de toda la vida. Disimuladamente se tocaban por debajo de la mesa. Yo me di cuenta, los demás no lo sé. Creo que también, pero nadie se atrevía a decirles que estaban haciendo mal. Que al menos fueran sinceros con sus respectivos conyugues. Pero nosotros también éramos unos hipócritas, ya que nadie diría nada, nunca, ni esa noche, ni otra, y mira que tuvimos ocasión de decirlo, pero no creo que nadie lo dirá. Pero no, María no habló, no me miró, no jugó con la servilleta, y por un momento eso me molestó. Mientras tanto nos cubría el silencio, Marta se había levantado para preparar ellas mismas los cafés, copas en unos vasos que le habían regalado, excepto su copa, que como la del vino, era totalmente diferente. A ella le encantaba preparar las copas, para poder presumir, con sus movimientos de manos exagerados, los anillos...

No hay comentarios:

Publicar un comentario