martes, 10 de abril de 2012

RELATO IV

Entrada Original,  Miércoles, 29 de Septiembre del 2010

Andrés está acorralado en el cuarto de baño por cinco compañeros de clase. Está arrodillado mientras los compañeros le humillan, dándole collejas y ostias en la cara. Uno de ellos se saca la polla y le mea encima. El resto le imita y se mean en su cara mientras ríen y le insultan llamándole maricón. Algunos chicos entran al servicio y para no tener problemas y en vez de ayudar al compañero, huyen despavoridos. Nadie hace nada.

Andrés tiene quince años y acaba de llegar a la ciudad. Sus padres se han separado y la madre ha pedido traslado a un hospital de la capital. Él era feliz en el pueblo, con sus amigos, con sus clases de piano, las excursiones en bicicleta, las escapadas al rio en verano; no quería irse, pero entendía bien a su madre. La separación había sido dura para ambos; desde que se separó ella está cada vez más triste, casi deprimida, y necesitaba un cambio de aires. Miro todas las posibilidades para su bienestar, la suya y la de su hijo, y la más certera era irse lejos de allí, a una gran ciudad. Por la agencia de su mejor amiga, le busco un piso de dos habitaciones, cerca de su trabajo a un precio razonable; sabía que iba a tener que hacer algunas horas más, pero eso no le preocupaba. Quería alejarse de allí y poder empezar de nuevo.

El último día, en su pueblo natal, Andrés pudo celebrar una buena fiesta en el bar del pueblo. Reunió a todos sus amigos, en especial a Elsa, su mejor amiga; hubo un buen surtido de patatas, ganchitos, refrescos, queso y algunas tortillas de patata que hizo su madre, se despidió de su panda. Le hicieron regalos de despedida, hubo abrazos, besos y algo más con Toni. Era su medio novio. Se prometieron escribirse todos los días, hoy en día eso era fácil, ya que tenían ambos internet. Al principio fue así, pero poco a poco Andrés dejo de hacerlo, por los problemas amontonados en la gran ciudad. Eso lo averiguareis más adelante.

Al día siguiente de la despedida, con las maletas en el coche, tomaron rumbo a la ciudad; seiscientos kilómetros le separaban de la felicidad que creía que iba a encontrar; él estaba algo triste, ofusco, pero animaba a su madre, que todo iba a salir bien, que no se preocupara por nada, que él iba a estar a su lado en todo momento. Ella sonreía frágilmente, sin ganas, sin fuerzas, pero se esforzaba en sentirse bien con ella misma, y con su hijo. Hicieron varias paradas en el camino, para desayunar y estirar las piernas. En el bar de la gasolinera, tomaron un refresco y un pequeño bocadillo. Los dos, ausentes, pensaban en sus cosas; apenas hablaron.

A las cuatro de la tarde, tras un apoteósico transito insufrible de las ciudades, llegaron al portal de madera de su nuevo piso. Aparcó donde pudo, aún no le habían dado plaza de garaje; subieron al ascensor, antes de descargar las maletas y las cajas llenas de viejos recuerdos. La llave se atasco, pero al final Andres, pudo abrir la puerta del cuarto C. El piso estaba recién pintado, su amiga le aseguró que iba a tener las mejores atenciones; aunque era viejo, estaba bien cuidado. Abrieron grifos, probaron luces. Todo estaba en orden. Tardaron tres cuarto de hora en subir todo. A la medianoche, habían colocado la mayoría de las cosas y se notaba la mano de la madre. Estaba ordenado. Mañana continuarían con la ropa y resto de objetos. Lo importante era descansar.

Al día siguiente estaba todo colocado, las cajas, objetos de decoración, algún muñeco de porcelana… los recuerdos les invadía a los dos. Él comprobó que hubiera línea, y el ADSL ya estaba contratado. Se habían asegurado que todo estuviera correcto y a su gusto, para pasar la transición del gran cambio, sin apenas notarlo. Eso era imposible. Los dos lo sabían, pero era como si no se atrevieran a decirlo en voz alta. Los días siguientes pasaron juntos Andrés y su madre; arreglaron algunas cosillas, ya tenía el nombre en el buzón, la plaza de garaje concedida, plaza en el Instituto, papeleos de ayuntamiento… todo estaba en orden para comenzar su nueva vida. Ella se sentía algo más relajada, pero ya tenía ganas de comenzar a trabajar. Él, hablaba todos los días con Toni y Elsa, por Messenger, por teléfono. A veces tenía sexo telefónico; se masturbaban recordando situaciones vividas. Elsa y algunos más sabían que era homosexual, pero allí no le importaba demasiado, era feliz. Él nunca había experimentado esa sensación tan extraña, ya que nunca había salido del pueblo; bueno sí a Mallorca por el viaje a fin de curso, pero eso no contaba, iba con sus amigos. Nunca se había separado, y era duro, pero por otra parte, tenía ganas de ir a su nuevo instituto, a ver que le reparaba; a quienes iba a conocer… los días, para los dos pasaron volando.

El despertador sonó a las siete y media de la mañana. Su madre le había preparado un gran desayuno y estaba muy contenta. Ella llevaba ya una semana trabajando y le iba bien. El rostro le había cambiado por completo y se sentía plena de felicidad. Andrés la miraba con incredulidad; no podía creer que hubiera cambiado de actitud en tan poco tiempo, pero se sentía satisfecho de ver a su madre tan cambiada. Para él hoy iba a ser el primer día en el nuevo instituto y estaba nervioso, y a la vez con ganas de comenzar. Desayunaron juntos hablando animadamente.

A las ocho y media se bajo dos paradas antes del autobús para dar un pequeño paseo y así tranquilizarse un poco. Para él todo era nuevo. La ciudad le gustaba más de lo que él pensaba; con su madre había ido a un gran centro comercial, dieron paseos por el barrio y no estaba nada mal. Cada paso que daba pensaba en cómo iba a ser el día; a medida que se iba acercando veía a grupos de chicos y chicas que caminaban hacía el instituto, hablando, riendo, escuchando música en móviles; algunos iban en moto, otros en patinete, caminando. No veía a nadie solo. Él era el único. Le resultaba tan distinto a su pueblo; eso le puso más nervioso. Entro por la verja verde y subió los cuatro escalones rápidamente que casi se tropieza; no hubiera sido un buen comienzo si se hubiera caído el primer día. El curso había comenzado tres meses atrás y no hubo reparo en poder entrar; él y su madre habían hablado con la directora en que sus notas eran perfectas y que no iba a tener ningún problema en ponerse al día. Él era bastante inteligente y siempre había sacado buenas notas. De hecho quería hacer la carrera de periodismo y no iba a tener problemas en entrar en la Universidad. Entro por la puerta azul metálico y caminó por los pasillos sin saber bien a donde iba. Preguntó pero nadie le respondía. El pasillo era un bullicio de chicos de su misma edad y nadie estaba por la labor de responderle. Se dirigió a secretaria y allí le indicaron. Antes de entrar bebió agua en una de las fuentes y fue al baño. Había un grupo de cinco chicos fumando un porro que le ignoraron al verle. No hicieron amago de esconderlo; uno de ellos, Alex, le espetó con chulería de cómo se chivara se iba a enterar. Andrés tembló con pavor, y no articulo palabra. Cuando iba a salir, le preguntó con ese tono chulesco de si era nuevo. Le contestó casi en voz silenciosa, esperando que aquellos no fueran a su clase. La suerte no le acompañó. Minutos más tarde, en la primera clase, el profesor le hizo presentarse a sus compañeros. Al decir de dónde venía, Alex rebuzno y el resto de la clase, la mayoría, soltaron una sonora carcajada. No había empezado bien, pensó el pobre Andrés. Y lo que le quedaba por soportar.

Las siguientes clases se les pasaron volando hasta llegar la hora del desayuno; salió al patio con ganas de respirar aire fresco. Se apartó un poco del resto de su clase, aunque Susana, Andrea, Javier y Lucía se acercaron a él; se presentaron con dulzura y respeto y él sonrió. Le dijeron que no se preocupara por Alex, que era así con todo el mundo, que era un completo gilipollas, y que con ellos podía contar. Respiró profundamente al oír aquellas palabras. Los veinte minutos pasaron con más rapidez que las clases, como suele ocurrir. Hablaron de su pueblo, de los amigos que había dejado allí; omitió el porqué del traslado, no quería dar pena el primer día.

Llegó la hora temida, la clase de gimnasia; la clase se dirigió hacia el vestuario; se sentó en el frío banco de madera y empezó a desnudarse. Los compañeros hablaban de las tetas de Susana, haciendo movimientos obscenos. Él tuvo una erección y se sintió avergonzado. No por el comentario sobre las tetas de Susana, sino al ver como se le movía la polla a Alex. Al darse cuenta, se acercaron a él gritándole maricón y le pusieron un calcetín sucio en la boca. El resto ignoraban la situación, porque ya conocen las putadas de Alex. Algunos incluso se reían sin más, siguiéndole el juego. Javier no se encontraba en ese momento. El profesor entró pero no les pillo. Andrés no dijo nada, Alex ya se lo había dejado bien claro, como se chive le mata.

La vuelta a casa había desaparecido el entusiasmo de la mañana. No le iba a decir nada a su madre, tenía claro que quería la felicidad de su madre. Ella ahora está feliz y es lo que cuenta. Javier le acompañó un buen trozo, vivía cerca de su piso y quedaron para la mañana siguiente. Esa tarde, ya tenía muchos deberes y quería ponerse al día en algunos temas. Tampoco le apetecía quedar. Por la noche cenó con su madre y al día siguiente iba a estar solo, ya que le tocaba guardia. Estuvo lo más amable posible, pero no se podía quitar de la cabeza, aquella situación del vestuario. Él acababa de llegar y ya había sufrido un abuso; aunque he de confesar que esa noche Andrés se masturbó pensando en la polla de su verdugo.

Al día siguiente Javier le esperó en la esquina donde habían quedado. Decidieron coger el metro y bajarse unas paradas antes para caminar. Javier era guapo, alto, fibrado, y tenía fama de ligón de la clase; pero era muy simpático, nada creído. Le contó algunas cosas que habían ocurrido en el instituto, lo gilipollas que era Alex y su panda de idiotas y que si tenía algún problema con ellos que se lo contara. Pensó en decirle lo del vestuario, pero no le quiso dar más importancia, quizás se olvidaban de él y solo fue una broma macabra, algo puntual. Se convenció de eso, para estar bien consigo mismo. Siempre lo había estado y su homosexualidad lo llevaba con normalidad; su madre lo sabía, su padre medio lo había aceptado, pero aquí en la ciudad todo era distinto. No quería que nadie lo supiera. Es cierto que se había fijado en Alex en cuando lo vio, pero viendo los resultados, pensó en guardar ese secreto. Y bueno, Javi estaba buenísimo, pero era hetero, eso sin dudas.

Pasaron de nuevo la verja verde, la puerta azul. Javier fue a su taquilla, y el continuó hacia la clase. Alex y su panda estaban en el pasillo, medio ligando con algunas chicas, todas ellas vestidas con mini faldas y grandes escotes. Al pasar por su lado, Andrés les saludo y la respuesta fue una zancadilla. Se cayó al suelo, casi de boca; le miró desafiante por un instante y él le señalaba con el dedo corazón, riéndose a carcajada limpia. El resto se partían de risa; todo el mundo le estaba mirando. Se acercó Susana y Lucía preguntándole si se encontraba bien. El respondió que se había tropezado con los cordones, y que estaba bien. Entró en clase y se sintió en su sitio. Al levantarse para la siguiente clase, tenía un chicle pegado en el pantalón.
Luego les puso chinchetas. El quería creer que era inocentadas al nuevo, pero lo del calcetín en la boca realmente le había asustado. Más aún masturbarse pensando en él. En sus sueños, húmedos de adolescente, soñaba con Alex.

Las semanas pasaban y los encontronazos no cesaban. Le habían puesto laxantes en la bebida, y al ir al baño, no le dejaron pasar; se cagó encima. Ese día se salto las siguientes clases, marchándose a casa; menos mal que tenía el chándal en el vestuario y se pudo cambiar. Ocultó la ropa, hasta que se marcho su madre y la pudo lavar. Le clavaron chinchetas, le quemaron con cigarros, le tenía que dar dinero cada semana, comprarles chuches diariamente, collejas, insultos… Andrés no podía más, pero tampoco decía nada a sus amigos, que si sospechaba que algo pasaba. Tampoco dijo nada en casa; se tapaba al salir de la ducha, para que su madre no viera los moratones. Sabía que así no podía continuar, pero no actuaba. La jefa de estudios llamó a su madre, porque su hijo se había saltado varias clases; los trabajos los presentaba tarde, el suyo, ya que tenía que hacérselo a sus verdugos. Las notas habían bajado y mucho. No se concentraba. Su madre le había preguntado que le estaba pasando y él no sabía que contestar, que no estaba muy concentrado ese trimestre, pero que no iba a volver a ocurrir. Estaba deprimido y mucho. Solo pensaba en el suicidio.

Para Febrero llegó la mayor humillación. Andrés está acorralado en el cuarto de baño por cinco compañeros de clase. Está arrodillado mientras los compañeros le humillan, dándole collejas y ostias en la cara. Alex fue el primero en sacarse la polla y mearse encima de él. El resto le imita y se mean en su cara mientras ríen y le insultan llamándole maricón. Algunos chicos entran al servicio y para no tener problemas y en vez de ayudar al compañero, huyen despavoridos. Nadie hace nada. Andrés está llorando. Le levanta y le dice que se calle. Entre todos le cogen y le entran en un servicio. Cierran la puerta con cerrojo; le hacen beber de la taza del váter, lleno de pis. Vomita. Le dan más collejas, se ríen, se burlan. Le dejan allí solo. Se queda sentado llorando de dolor. Tiene decidido la fecha, el catorce de febrero se va a suicidar.

Hace tiempo que ya no habla con Toni, ni con Elsa, ni con nadie relacionado con sus antiguos amigos; no han vuelto al pueblo desde que llegaron a la ciudad; su madre hace cada vez más horas, guardias y apenas la ve. Está solo. Se siente abandonado por la suerte; a penas tiene dinero para poder pagarles y no se atreve a pedirle más a su madre; ya le había robado en un par de ocasiones y no estaba dispuesto a robarla más. A Javier y al resto de sus amigos, cada vez se fue distanciando de ellos; era borde con ellos para que les dejase de hablar; quería huir de allí, quería escapar, quería hablar, pero las amenazas era constante. Incluso una tarde, Alex y el resto, les siguió hasta su casa. Le estuvieron incordiando por el timbre más de media hora. Al día siguiente, le robaron el móvil y les gastó el saldo; luego se lo devolvieron roto. Cada vez estaba más decidido, el catorce de febrero lo iba hacer.

Diez de febrero. Andrés ya no habla a penas con nadie. Sus amigos intentan convencerle para que les cuente qué demonios le ocurre. Si Alex tiene que ver algo con esto. Él no les cuenta nada y pide que le dejen tranquilos. Su madre ha comenzado a salir con un compañero, un médico, y aunque intuye que algo le pasa a su hijo, cree que es por su homosexualidad. Se lo comenta y él lo niega. No habla. Una vez más, en el cuarto de baño, están fumando un porro y le obligan a dar unas caladas. Casi se ahoga al tragar el humo; le dan ostias y le piden más dinero. Se lo tiene que dar esa tarde. Andrés les dice que no tiene más, y le dan varios puñetazos en el estomago. Alex, cabreado, le coge del cuello y muy seriamente le dice que esa tarde se lo va a dar, si o si, y si hace falta le acompañara a casa. Las dos últimas clases, se las saltan y se dirigen a su piso. Lleva una navaja en la mano, para que él no huya. Le tiene bien intimidado, sabe que va hacer lo que él quiere. Andrés observa a la gente y se le pasa por la cabeza chillar, protestar, pero tiene el miedo metido en el cuerpo. Al llegar a su piso, le tira al suelo y le pisotea el cuello, diciéndole que si quería besarle; le grita marica de mierda y otros insultos horribles. Le levanta y le tira agua a la cara. Le da todo el dinero de la hucha y le da varios puñetazos en la cara. Le amenaza que si cuenta algo de todo lo ocurrido, le iban a matar. Al marcharse da un fuerte portazo. Andrés esta en el suelo llorando. Se incorpora con la mente en la azotea del piso. No puede más, no quiere esperar más. Se sube a la azotea y se tira al vació. Muere en el acto.

La desesperación de la madre fue descomunal. Nunca supo porque su hijo se había suicidado. Después de aquello, decidió volver al pueblo junto a su novio. Allí intentó averiguar si los amigos de sus hijos sabían algo; nada, hacía meses que no hablaban con él y si que le había notado raro en algún correo intercambiados, pero que no sabían nada. Antes de la marcha, precipitada de la ciudad, intentó hablar con algunos chicos del instituto. Es cierto, que ella no sabía quiénes eran los amigos de sus hijos. En realidad, desde que habían llegado, apenas sabía nada de su vida. Solo le riñó por las notas y la falta de clases, pero como nunca lo volvió hacer hasta aquella fatídica tarde, pues no sospechó nada. Pero nadie abrió la boca; los que sabían que Alex y su panda le habían humillado, no dijeron nada por miedo a represalias. Javier, Susana, sus amigos, no tenían pruebas. Si miles de sospechas… pero no dijeron nada.

La madre, nunca supo porque su hijo se había suicidado. La tristeza invadió de nuevo su vida.



2 comentarios:

  1. Vaya historia mas cruda, como la vida misma.. al leer lo que escribes sueles transmitir bastante bien los sentimientos o lo que quieres hacer llegar al lector, me gusta mucho tu forma de escribir y contar los hechos... esteticamente esta muy bien confeccionado.. me gusta. De ahi tus buenas campañas publicitarias ;), tienes claro como llegar al cliente, al igual que al lector de tus relatos.
    una brazo.
    Fränk Romeo.

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    1. Gracias por tu comentario y seguir mi blog tanto tiempo Jeje. No puedo decir mas, me has descrito bien Jeje
      En serio estoy agradecido.

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