Maria salía de la comisaría desolada, destrozada y rota de dolor; la cara marcada de arañazos y moratones delataba que su ex marido le había vuelto a pegar. Era la tercera denuncia y nadie le había hecho caso. Tiene miedo a que su marido lo vuelva hacer; está segura que lo volverá a ocurrir y tiene miedo no levantarse nunca más del suelo. Está vez le había pillado saliendo del trabajo; Susana no pudo acompañarla, tenía una cita importante en el médico, pero Maria la tranquilizo; era las seis de la tarde, había gente aún por la calle, en aquella tarde de invierno. Las rebajas tocaban su fin, pero se notaba que la gente aún estaba buscando las últimas rebajas. Eso pensó ella, que a esas horas, no le iba a poder hacer daño. Se despidió de Susana, dándole un fuerte abrazo, con una sonrisa tímida, y caminó calle arriba. Miró a su alrededor, como tantas otras veces, para ver si veía al capullo de su ex marido. Ni rastro de él. Suspiro algo tranquila, pero al doblar la esquina, ya cerca de la parada del autobús, su ex, con una botella de tequila en mano, casi sin poder mantenerse de pie, le cogió de los pelos. Aun estando borracho, tuvo la fuerza suficiente para tumbarla en la acera y darle golpes por su cuerpo. Nadie hizo nada. Ella solo pensaba en su hijo Cristian.
Maria había sido muy feliz junto Alberto. Él de novios era muy atento con ella, detallista, cariñoso, y le amaba con locura. Habían estado tres años de noviazgo y tan solo habían tenido las peleas típicas de pareja; discusiones las tiene todo el mundo, pero nunca había mostrado un signo de violencia; si que ella sabía que era un pelín machista, pero nunca le había puesto un dedo encima. Después de tres años de idílico romance, se casaron y a los cinco meses Maria se quedo embarazada. Ahí cambio todo. Alberto se empezó a mostrar tal cual era en realidad. Maria no entendía como había podido ocultar esa vena de hijo puta.
Él era pintor, y como otros sectores, la crisis se cebo en la familia. Ella estaba de baja, por el embarazo, cuando él la pegó por primera vez. Había regresado de pintar a un familiar, ya que no le salía gran cosa como pintor, y la familia le estaba echando una pequeña mano. Su aliento olía alcohol puro; ella ya había cenado, mientras le había preparado el plato a su marido. Estaba algo preocupada por un pequeño dolor, pero su cuñada le había tranquilizado, que eso era normal, que no se preocupara y se relajara. Le había convencido con cuatro palabras, pero ella de todas maneras había pedido cita a su ginecólogo. Había mirado el reloj unas cuantas veces; su marido nunca había llegado tan tarde. Tras preparar el primer plato, y cortar la fruta como a él le gustaba, se sentó a ver la tele. Él entró dando voces, y tambaleándose por el pasillo; se acercó a ella y le miró con cara de asco. La insultó llamándola zorra, ninfómana y lesbiana, le gritaba que se fuera a comerle el coño a su amiga Susana, que era otra puta como ella. Maria se levantó e intento tranquilizarle, diciéndole con miedo, sin entender nada, que le había preparado su comida favorita, que había cortado la fruta como a él le gustaba. Le abofeteó y la tiró al sofá. Maria se agarró a su barriga, ya crecida, y la tapó como pudo. Él la golpeó sin piedad. Luego se metió en la cama. Ella no tuvo valor de irse en busca de ayuda; no llamo a nadie, no quería molestar, quizás se lo había merecido; esa frase se le repetía en su mente. Salió como pudo y fue a urgencia del hospital más cercano. Allí mintió que se había caído por las escaleras. Los médicos no la creyeron, los signos eran evidentes e hicieron parte. La policía tardó una media hora, pero ella, contó la misma versión y que no hacía falta ninguna denuncia, porque no había nada, ni a nadie que denunciar. La policía se marcho, advirtiéndola que estaba haciendo mal en no querer denunciar al agresor; tampoco quiso llamar a nadie, regreso a casa sola; su hijo estaba bien. Ella no.
Llegó a casa, se tumbó en la cama pequeña y aunque no pudo dormir mucho, algo descansó. Al día siguiente, ya levantada, se dijo a si misma que su marido no le iba a pegar nunca mas, que había sido por culpa de su pérdida de trabajo y echo la culpa al alcohol consumido. Le preparó el zumo de naranja, como casi todas las mañanas, y se dirigió, con pies de plomo a la habitación de matrimonio. Levantó levemente la persiana y despertó con cuidado a su marido. Alberto, la miró y con lágrimas en los ojos le pidió mil perdones. Se abrazaron y acabo Maria pidiéndole disculpas a él.
El embarazo avanzaba mejor de lo que ella esperaba y aquel mal episodio no se volvió a repetir hasta que cumplió el séptimo mes. Las cosas entre ellos dos parecía que había mejorado y mucho. Había encontrado trabajo en un pequeño taller a media jornada, mientras hacía chapuzas en algunas casas de la periferia. Ella casi había olvidado el mal trago, pero en su subconsciente sabía que no iba a ser feliz con él; pero no se atrevió a contar aquello a nadie, ni tan siquiera a su mejor amiga Susana. Ella, había insistido que se había caído por las escaleras, y contaba la versión cada vez que su mejor amiga insistía; su cuñada también le había preguntado, pero el silencio absoluto llegó cuando ella zanjó el tema delante de su ex marido. Su familia, que la verdad, le habían dado casi todos de lado cuando dejó el pueblo, no tenía trato; solo con unas primas que la visitaban de vez en cuando, pero ellas ni preguntaron. Estaba completamente sola, solo le tenía a él.
Había ido a comprar algo de pollo en la carnicería del barrio, pan y una botella de agua. Quería prepararle una pequeña ensalada y pollo al horno. Tenía un trozo de tarta en la nevera. Se esmeró para tenerlo todo a punto; el reloj marcaba las dos, estaba agotada. El timbré sonó en cinco ocasiones. Descolgó el telefonillo; era Alberto, se había olvidado las llaves en el viejo pantalón. Hablaba con voz pastosa, casi no se le entendía. Ella se estremeció. Abrió la puerta del piso, con miedo. Los ojos de él, encendidos de rabia, la desafiaba. Ella retrocedía, y las lágrimas le brotaban; le agarró con mucha fuerza y ella no paraba de repetirle el nombre que habían decidido para su primer hijo. Le golpeó en toda la nariz, en la boca, se cayó al suelo. Se tapaba la barriga con todas sus fuerzas; sangraba, sollozaba… Alberto, le insultaba con rabia. Le golpeó hasta que se cansó y se fue de nuevo a la calle. María llamó a su cuñada al móvil. Tardó casi una hora en llegar; la ambulancia estaba allí. Entró estrepitosamente y sorprendentemente preguntó por Alberto. María se quedó helada. No supo que decir. Ella había sido la maltratada, no él. Los enfermeros le limpiaban las heridas y le hablaba con pausa para no alterarla más. Le recomendaron lo mismo, que denunciara. Dijo que no.
Después de curarla, se marcharon. La policía quiso buscar al hijo de puta que le había hecho eso, pero no podían; ella no iba a denunciar. Su cuñada entendió que nunca se había caído por las escaleras, pero con frialdad, le dijo que si le denunciaba lo iba a lamentar.
El 9 de marzo nació Cristian. El matrimonio se habían vuelto a perdonar mutuamente y él le prometió que nunca más iba a ocurrir, que con el nacimiento del niño todo iba a cambiar, que había encontrado un trabajo en una vieja fábrica, y que le gustaba. Ella decía que si con la cabeza, pero con el corazón no podía más. Pero no tenía apoyo de nadie. Susana sospechaba, pero no quería agobiarla, quizás debió de hacerlo y el final que todo el mundo presentía no hubiera ocurrido.
Cuatro meses tenía el niño cuando ocurrió el siguiente episodio. Allí fue cuando con un gran valor, decidió denunciar. Las broncas era a menudo, los insultos casi diarios, el maltrato psicológico era rotundo… ella no podía más y decidió denunciar por primera vez. Se lo contó a Susana y se trasladó a su casa, con su hijo. Él la llamaba, le acosaba, quería volver con ella y le decía en muchas ocasiones que si no era de él, no iba a ser de nadie; a veces lloraba para que le dejara ver a su hijo, que la quería. Pero María no le creía. Las denuncias no sirvieron para mucho, si para un tiempo, que dejó de saber de él.
Cuando salió del trabajo y fue golpeada en plena calle, sin ayuda y volvió a denunciar, hablo con un juez para que le ayudara. Nadie hizo nada. La cuñada incluso le había golpeado una vez en el supermercado y se llevo a Cristian una tarde sin permiso de nadie. Aquello fue que colmó el vaso a la pobre María. Pidió traslado en el trabajo y se lo habían concedido. Se iba a ir de Madrid a un pueblo de Málaga. Lo tenía todo preparado, cuando su es ya ex marido, llamó a la puerta, quería despedirse de su hijo; tenía orden de alejamiento pero se la había pasado a la tolera en más de quince ocasiones. Ella llamó a la policía, pero fue demasiado tarde. El niño asustado, abrió la puerta. Era pequeño y no entendía que sus padres estuvieran separados. Él entro y cuchillo en mano le dio más de veinte puñaladas a la madre delante del niño.
María murió. El niño creció con Susana, con ayuda psicológica. Él estuvo en la cárcel solo tres años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario