martes, 14 de abril de 2020

MINI RELATO ERÓTICO (VIII)

Tenía claro que uno de mis vecinos me estaba viendo desnudo en mi terraza. A mí como siempre me daba igual, ya que en más de una ocasión he abierto la puerta en gayumbos. No tengo ningún tipo de vergüenza y es más, pienso quien la tiene, es quien esta al otro lado de la puerta.

En principio no iba hacer nada; estaba tomando el sol y si es verdad que de vez en cuando me tocaba las pelotas y el rabo, pero como un gesto normal y no provocativo. No sé si él pensó lo mismo, porque se cambio de lado, más a la esquina de su balcón, como más directo a mí. Tengo que reconocer que eso me excitó, así que, con el pitillo en la boca, me agarré el nabo: empezó a crecer en mi mano, respirando, sintiendo el calor que desprendía y empecé a pajearme. Primero despacio, y poco a poco subiendo el ritmo, agarrandome también mis pelotas. Subí cada vez más el ritmo, agarrandome mi pollon con las dos manos, pero dejándole ver mis centimetros bien duros. Me ensalivaba los dedos, y lo pasaba por mi capullo. Él empezó a tocarse y cuando le ví que iba a empezar a pajearse, me metí para mi salón: no me había corrido, pero sentí la necesidad de dejarle así, con las ganas; eso sí, me recreé un poco antes de entrar: primero me puse de pie, estirando los brazos hacía arriba, para que viera bien mis huevos y mi pollon bien duro. Con todo mi esplendor, me lo escupí, me la acaricie con ganas y fue cuando entré para el salón. Allí a dentro acabe mi pajote, corriendome en el suelo, soltando lefa donde cayera, sabiendo que él vecino se había quedado con las ganas de verlo y supongo que le dejaría la paja a medias o quizás hizo como yo y entró a su salón.

Me limpié el cipote, recogí el lefote del suelo, con un trapo de una camiseta vieja, para que se quedará pegado allí, para luego poder fregar el suelo. No volví a salir a mi terraza en toda la tarde.

Y como el mundo es un pañuelo y el barrio está lleno de cotillas, supongo como en otro cualquier barrio (por cierto me mudé y ya no resido en ese barrio), me enteré que él me había criticado, más o menos diciendo que soy un sinvergüenza, que si soy un cerdo por andar desnudo, claro saltándose la parte de que él me estaba mirando mientras se tocaba su paquete... quise darle como un pequeño escarmiento, digámoslo así, que a la vez placentero para mí. Tengo un buen folla-amigo, que tiene menos vergüenza que yo, que sabía que no le iba a importar, que una tarde, se viniera a casa a que le follara a saco, como a él le gusta y darle buenos pollazos, de los que suelo dar; dicho y hecho, una tarde salimos los dos en gayumbos a la terraza, con una buena cerveza, bien frío y algo de picoteo. Nos pusimos a charlar, a darles unas caladas de aquel porrete tan bueno, unas risas, otra cerveza, hasta que aquel vecino, se asomó de nuevo a su balcón e utilizando la misma estrategia, estaba mirando de nuevo hacía mi terraza. Me levanté, y tocándome el paquete, como colocándolo, aparte más el toldo, para que pudiera vernos más.

Me bajé el gayumbo y con un breve gesto, mi colega se acercó, arrodillado y empezó a mamar mi cipote. Le daba pollazos por la cara, oliendo mi cipote, sintiendo mis pelotas en su cara; tragaba como si no hubiera un mañana. El vecino no quitaba ojo y el efecto que quería conseguir estaba ya conseguido. 

Mi colega no paraba de mamar, de recibir, y entonces me trabajé su culo, bien ensalivado, pero antes, algo que me vuelve loco. Poner polla con polla, unos lapos, muerdos en labios y menenarlas juntas. Un verdadero placer, que al vecino parecía gustarle, y en efecto, una vez más, le dejé con la miel en los labios, no antes, sacandole el dedo corazón, para que se sintiera más aún por aludido.

Mi colega y yo, nos fuimos para dentro, para seguir con nuestra fiesta. Me senté en el sofá, me encendí un cigarro y él siguió trabajando mi rabo. Menuda comida me estaba haciendo, jugando con mis huevos, sintiendo su boca por todo mi cipote, pelotas, y mientras me miraba con ansias de ser penetrado por mi pollon. Luego mi turno, jugar con su culo, comiéndoselo, metiendo los dedos, uno primero, luego los dos, hasta que me pide que le folle más. Antes unos buenos morreos, intercambiando nuestros sabores; le puse a cuatro patas, me puse el condón y empecé a metérsela poco a poco, ya sabeís, subiendo el ritmo en cada embestida, hasta metérsela entera, dándole golpes con mis huevos en  sus nalgas, subo el ritmo en plan bestia, con mi cara de cabronazo y él grita de puro placer.

Me saco el nabo, me quito el condón, empieza a comerme los huevos, le pongo mi cipote en su cara, la huele de nuevo, le tiro unos lapos, me come más los cojones, me la empiezo a menear, él también, calor, placer hasta que suelto el lefazo en su cara, por su barbita, y le restriego el rabo, para que vuelva a tragar, me la limpie, se la vuelva a restregar y después poder besarnos; con su corrida por los dedos, la mezcla casi con la mía, nos morreamos, mientras él no suelta mi pollon, que aún endurecido, la coge con sumo placer. Se agacha y le da el último repaso. La verdad que él y yo sexualmente nos comprenetamos de puta madre, y es buen colega. Así que, le dejo que repase, para luego darnos una ducha juntos, y seguir hablando de nuestras cosas, con una buena cena, un buen vino, para luego tener otros encuentros entre nosotros, incluso hemos estado juntos en orgías, en tríos, cuartetos, tío y tía, un buen folla-amigo, vamos creo que se entiende bastante bien.


A los dos días, me cruzó con el vecino y le digo bien clarito que si le gusta lo que ve, que ya sabe, que se pase un día por casa y quizás le deje probar mi pollon, pero que se muerda la lengua y si cuenta todo, que lo cuente bien. No me dijo nada, pero si su mirada, que decía bien claro ¡SI!









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